El señor en el tranvía.

 


Leer "El día que tuviste mucho frío."


Mario tenía el pelo rizado mulix, que debía portar corto para que no le llamaran la atención en la escuela, ya que para la hora del recreo lo tendría esponjado por la humedad. Su figura era delgada y alta, a pesar de tener sólo 7 años. Tenía ojos verdes, que se veían enormes con los lentes de fondo de botella que debía portar desde que inició la primaria un año atrás, si es que no quería estamparse con las paredes. 

Había sacado 10 en la lección de matemáticas y eso lo tenía feliz. Llevaba en la mano la prueba para mostrársela a su madre. Además, había terminado antes que sus compañeros y le dieron permiso de retirarse antes. Caminó hasta la Calle 50 donde tomó el tranvía que pasaba puntual a la 1:50 de la tarde, que lo dejaría a pocas cuadras de su casa. 




Iba semi-vacío, de manera que podía (más o menos) ver a las personas de su alrededor. Se saboreaba ya el frijol con puerco que su madre tendría listo, como todos los lunes. No podía estar más feliz, o eso pensaba.

El carro-motor empezó a frenar para hacer la parada siguiente. Algunas personas empezaron a caminar hacia la puerta, cerca de donde Mario estaba sentado. Bajó la primera, la segunda, y la tercera en vez de descender, se quedó parado a lado del niño. 

Era un hombre muy alto, delgado, vestido en traje de lino perfectamente planchado. Caminaba con un bastón de madera con cabeza labrada de marfil. 

Mario recorrió con la vista al señor de pies a cabeza, hasta encontrar que lo estaba mirando de regreso.   

"Buenas tardes joven."

Mario se plantó para verse un poco más alto. Se sentía orgulloso de ser llamado joven en vez de niño, chamaco o escuincle. 

"Buenas tardes." - respondió Mario con una sonrisa. 

"¿Me da permiso de adivinar su nombre?"

Mario lo pensó un segundo, y después asintió con la cabeza. 

"Vamos a ver... te ves como un muchacho inteligente, ¿estoy en lo cierto?"

Mario sonrió ahora con los dientes, dudoso si decirle sobre la calificación que tenía apretada en la mano. 

"También me parece que es usted elegante, con modales impecables. Su madre le ha educado bien."

La sonrisa se debilitó un poco, cuando le vino a la mente los coscorrones que le daba su mamá si no usaba los cubiertos correctamente. 

El señor levantó la mirada, como si la respuesta estuviera escrita en el techo. 

"¿Te llamas Mario?"

Mario recuperó su sonrisa, "¡Sí!".

"Bah, aún no he perdido mi don de adivino. Toma Mario."

El señor extendió su mano que parecía ser enorme.

Mario extendió la suya, poniéndola con la palma expuesta. 

En ella, el señor colocó tres monedas de un peso. Nunca había tenido tanto dinero en su mano. Las volteó para examinarlas y casi para conocerlas mejor. Parecía que este era el mejor día de su vida. 

Cuando lo despertó de su emoción el chofer al gritar ¡Bajan!, Mario levantó los ojos para percatarse que ya estaban por el parque de Mejorada. El señor se había ido sin decirle nada más. Sonrió durante lo que quedaba del camino.

Cuando llegó a su parada, agradeció al chofer para después bajar de un solo brinco, sintiendo en sus rodillas un pequeño pellizco cuando sus botas de cuero marrón tocaron el asfalto, inmediatamente poniéndose a correr hasta llegar hasta su casa. 

Desde la mitad de la calle podía oler el delicioso guisado que le estaría esperando. Abrió la puerta de madera, que como de costumbre a esta hora estaría sin llave, y entró gritando: ¡Mamá, mamá, mamá!

"Chiquito, deja de gritar y anda a lavarte las manos. Ya está lista la comida."

Mario estaba sin aliento y con los lentes un poco empañados. "Mamá, un señor en el tranvía me dio TRES PESOS." Tenía los ojos muy abiertos y los tres dedos de en medio estirados indicándole a su madre el número con la mano.

Prosiguió a contarle la historia completa al mismo tiempo que recuperaba el aliento poco a poco, haciendo pausas rápidas para tragar saliva.

Mientras avanzaba la historia vio cómo la cara de su madre fue cambiando de color. Mario fue bajando la velocidad de sus palabras y empezó a repasar sus acciones para saber si habría hecho algo indebido.  

"¿Qué pasa mamá?"

"¿Cómo te fue en tu examen de matemáticas?"

"¡Saqué 10!" dijo, recuperando su sonrisa. 

"Enséñame."

El papel que había sostenido con fuerza desde que su profesor le permitió salir del salón, ya no estaba en su mano. Lo había soltado en el camión cuando tomó las monedas.

Pilar vio la sorpresa decepcionante a través de los lentes de su hijo. Tomó su falda para agacharse y poder verlo de cerca. Con compasión le dio unas palmaditas en la cabeza, rebotando sobre sus rizos.

Hijo, ese señor del tranvía es tu padre. La próxima vez que lo veas le dices que no necesitamos nada de él. 


Está padrísimo tu cuento Güaby. Sólo hay un problema, esa historia es de cómo papá conoció a su abuelo, no de cómo nuestro abuelo conoció a su papá. Y el que le dijo que no necesitan nada de él, fue el abuelo a papá, no la abuela Pilar al abuelo. El abuelo Mario tomó el dinero que tenía papá y se lo fue a devolver a Don Alfredo.

La historia sería en camión y no en tranvía. 

Chin... me gusta cómo quedó... no sé si quiero corregirla.

Está muy triste la historia nenita.

Que paren los violines, el abuelo es la mejor persona que he conocido jamás. Tuvo una vida muy feliz... ¿No ibas a hablar de los buenos tiempos de Don Alfredo?

Son las personas más impacientes del mundo.

¿Y mamá?

Se quedó dormida junto a papá.

¿Quién me lleva al aeropuerto?

¿Por qué te vas Fer?

Regreso en un par de semanas Marian, tengo cosas que resolver en casa, me fui de un día para otro para estar en la operación.

Yo te llevo y paso a comprar ropa, llevo semanas sobreviviendo con una maleta de mano. 

No vas a ninguna parte Mario. No están entendiendo que estamos en una pandemia. Pide lo que necesites por correo. Las únicas salidas autorizadas son a la farmacia o por cerveza. Además todo está cerrado. ¿Qué quieres comprar?

Está bien Mariana, compro por internet. Fer avísame 10 minutos antes de salir. 

Yo los acompaño.


Leer "Los ojos verdes de Pilar."

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