El día que tuviste mucho frío.
Mamá viene a comer si alguno de nosotros va a relevarla. No quiere dejar solo a papá.
Yo voy Fer. Mario, guárdame una copa de vino.
Mientras caminé desde el comedor hasta tu oficina, el cuarto que Pedrito había adaptado para ti desde que volviste del hospital, recordé aquella primera vez que pensé que tendría que despedirme de ti. Tenía alrededor de 18 años, estábamos juntos con mamá en tu cuarto de la última casa que vivimos en Mérida, la ciudad que te vio nacer y donde pasaste tus primeros años de vida. Era la ciudad a la que nos mudaste a mamá, Mariana, Fernando y a mí, cuando entré a la secundaria. Mario ya estaba establecido en la Ciudad de México estudiando la carrera y venía todas las vacaciones.
Llegabas los jueves a pasar el fin de semana con nosotros y te ibas los lunes a trabajar a Cancún. En cuanto se escuchaba el ruido que hacía el portón eléctrico que guardaba al estacionamiento, mi mamá saltaba de la cama para correr por las escaleras y recibirte con besos y abrazos, como una adolescente enamorada. Habíamos vivido en por lo menos 3 casas de Mérida antes de llegar a esta. Era una casa con ubicación cómoda, en una zona con muchos árboles. Posiblemente el único inconveniente era la peste de los hot dogs que preparaban a una cuadra, todos los días a las 6 de la tarde, contaminando el aire de un par de cuadras alrededor, con el olor de su aceite al quemarse para freír la cebolla.
Tu cuarto estaba en el segundo piso, tenía un ventanal decorado con herrería garigoleada que tenía vista a la calle y al terreno vacío de enfrente. Te parabas ahí para ver a las personas que osaran perturbar la paz de tu siesta para recoger a una de tus dos hijas, agregando en ocasiones en un grito "¡¿A qué hora vuelves?!" para alertar a los intrusos que estarías esperando. Yo sólo rodaba los ojos, me hacía sentir niña que me cuidaras y me daba vergüenza con los de mi edad.
Esa tarde, como muchas en Mérida, había calor, las ventanas estaban abiertas de par en par. Habíamos logrado entrar en la cama mamá, Fer, tú y yo. Nos dijiste que tenías cáncer y debían operarte. El pronóstico no era bueno.
Estiré mi brazo para abrazarte con él y me puse a llorar "¿Quién me va a entregar cuando me case?".
No sabes el gusto que me da que no te hayas muerto en esa ocasión, para darme oportunidad de decirte cosas más inteligentes 17 años después.
Venciste a la enfermedad con éxito para vivir 17 años más, mismos que disfrutaste inmensamente.
Abrí el cuarto de la oficina de tu casa de Cancún.
"Ya llegó tu niña bebo."
Mamá me dio un beso antes de salir. Tú sonreíste. Hoy era un buen día.
¿Quieres que siga con "Peregrina"?.
Negaste con la cabeza.
Hubo un silencio, como si estuvieras eligiendo con cuidado tus palabras para que no se gastaran.
¿No tienes que volver a la oficina?
No pa, es sábado.
Llevas muchos días aquí.
Tu voz era muy suave, un suspiro de lo que había sido semanas antes.
Hay cuarentena en el estado, de hecho en el mundo entero. Estamos todos trabajando a distancia, hasta tus nietos toman clases desde sus computadoras. A Mario lo agarró la cuarentena a la mitad de una semana de viajes de trabajo. Y parece que está atorado hasta nuevo aviso.
¿Cuándo se acaba esto?
Dicen que el 1° de mayo. Esa noche a las 12 en punto el virus se muere y listo.
Te reíste a carcajadas con el cuerpo sin emitir sonido.
Tu enfermera se acercó para pedirte que tomes agua. Tomaste un sorbo y con la mirada le pediste que te deje en paz.
¿Te asustaste mucho el día de la operación?
Sí, pero sabía que era la única alternativa.
Tú lucharías hasta el último momento para poder bailar por las mañanas con tus perritos, ir a la oficina, meterte a la alberca con tu esposa, tomarte una cerveza fría y servirle otra a quien estuviera en tu barra, y subir con tus piernas los tres pisos hasta tu cuarto para dormir la siesta en tu hamaca. No sólo era el capricho de caminar, si no te operaban poco a poco perderías todas las funciones motrices, hasta llegar a tu cerebro. No había alternativas.
Cuéntame cómo fue.
Te había visto unos días antes, cenamos con mamá en lo que Alfonso estaba en sus clases del doctorado. Al día siguiente fuimos a La Europea para comprar una patita de jamón, queso maduro, pan fresco, vino y whisky. Fue un festín. Te tomé fotos y tú a mí.
El siguiente fin de semana me fui con mis amigas de la secundaria a la Ciudad de México ver un concierto de la boy band que estaba de moda cuando teníamos 13. Al día siguiente del concierto mamá envió un mensaje: Venimos de puente de Carnaval al lujoso hospital todo incluido.
Mariana me llamó inmediatamente. "Tranquila nena, ya estoy agarrando carretera para ir a ver a papá. Te llamo en cuanto lo vea."
Volví el domingo, del aeropuerto Alfonso me llevó directo al hospital. Tú estabas acostado con música de Elvis en tu iPad. Me dijiste que no había de qué preocuparse.
Pedí permiso para faltar al trabajo y poder estar en el hospital en cuanto te dieron fecha de operación. Sería ese mismo miércoles.
El martes en la noche se asomó el médico. Habló con mamá, Mariana y conmigo.
"Don Mario tiene metástasis, ya no hay mucho que se pueda hacer. Esta operación es para que pueda caminar, pero no le va a quitar el cáncer, ese ya es irreversible".
Tú lo sabías y estabas dispuesto a hacer la apuesta, aunque significara no sobrevivir la operación. Esa noche se enteró Fer, llegaría lo más pronto posible, al día siguiente. Mario estaba atorado en una gira de trabajo.
Ninguno de nosotros durmió esa noche.
Tomé la foto de tu amanecer.
Muy temprano llegamos Mariana y yo a verte. Bajé por algo a la cafetería porque mamá no se quería ir de tu lado. Te bañamos en besos y abrazos.
"¿Por qué nadie me ha dicho que todo va a salir bien?".
Fue la primera vez que te vi asustado por algo que iba a pasar. En el pasado, más o menos una vez al año, a veces llegaba a casa y te veía con una botella de tequila y un caballito. Tú nunca tomabas tequila. Cuando te preguntaba qué pasaba me decías que ya te habían llegado tus análisis, todo estaba bien, los tratamientos funcionaban. Habías estado nervioso hasta que te dieron los resultados, pero no lo demostrabas hasta que te daban noticias positivas. Esta vez era diferente.
Mariana te tranquilizó, "Todo va a salir bien pa. Es una operación de bajo riesgo, tus niveles están perfectos. El área donde operan tiene pocas probabilidades de infectarse, y todo mundo me ha dicho que tu doctor es buenísimo."
Vino por ti un enfermero muy simpático que ya se había convertido en tu fan. Como solía pasar con la mayor parte de las personas que te conocían, te habías ganado a todo el equipo de enfermeros. Nunca, en toda tu vida, pasaste desapercibido. Nos pidió que saliéramos para poder cambiarte a la camilla móvil.
Nos despedimos de ti en el pasillo. Aguantando todos las lágrimas queriendo vernos positivos para ti.
Junto al hospital, hay un hotel que recibe a familiares de los hospitalizados y personas que quieren quedarse cerca del aeropuerto. Cuenta con un restaurante y un bar que están abiertos al público. Tu familia bajó al bar.
El doctor dijo que calculaba unas 5 horas, pero era muy posible que fuera más tiempo. Él me avisaría a mi celular cuando terminara la operación. Después de eso habría que esperar más antes que te llevaran de regreso a tu cuarto de hospital.
"No tenemos servicio aún", se asomó un mesero. Viendo nuestras caras, debió adivinar que se trataba de algo urgente. "Si gustan les puedo servir del menú de servicio a la habitación del hotel". Encontramos una sala muy cómoda, logramos convencernos que sería similar a la sala de la casa de un amigo cercano y nos acomodamos en ella.
"Traiga cerveza para todos y un guacamole en lo que vemos la carta". Brindamos por el éxito de tu operación.
Cuando estábamos a la mitad de la primera cerveza, llegó mi hermanito, Fernando. Me levanté y me permití temblar del miedo. Lo abracé con mucha fuerza. No lo dijo, pero tenía pánico de no tener la oportunidad de despedirse de ti.
El tiempo pasaba muy lento. Mientras no hubiera malas noticias, eran buenas. Sin embargo cada segundo pasaba era una posibilidad de recibirlas, y esa posibilidad nos tenía a todos silenciosamente aterrados.
Alrededor de las 5 pm recibí el mensaje del cirujano. Había terminado la operación pero aún faltaba esperar que despertaras de la anestesia.
Pedimos la cuenta y subimos a esperarte.
Esperamos.
Llegaste pálido, casi azul, temblando como si estuviera pasando por tu cuerpo corriente eléctrica.
Nos pidieron salir para moverte de regreso a tu cama.
Desde afuera se escuchaban tus gritos de dolor. Yo lloré y mi hermana Mariana me sostuvo.
Por fin nos dejaron pasar. Seguías temblando. Nos dijiste con los dientes titiritando,
"TTTTTTTEEEEEEENGGGOOOOOO MMMMMMMUUUUCHOOO FRÍÍÍÍOOOOO".
Fernando te tomó las manos y empezó a soplarte en ellas para calentarlas. Mamá se quitó la pashmina y te la puso en la cabeza mientras tomaba con sus manos tu cara. Mariana y yo destapamos tus piernas y empezamos a sobarlas.
Recordé un viejo truco que aplicaba cuando viví en Puebla. Tomé botellas vacías de agua y las llené en el baño con agua caliente del lavabo. Me aseguré que no quemaran y las acomodé en tus piernas. Y luego me pasé a tus pies para seguir haciendo fricción con mis manos.
Así estuvimos alrededor de 30 minutos hasta que dejaste de temblar.
Qué horror.
No papi, a pesar de todo fue bonito estar ahí contigo.
Yo creo que ya me voy a morir.
Aún no papito.
Comentarios
Publicar un comentario