El inicio que pudo haber sido el final.


Leer "El día que dejaste de respirar" 


Agradecimiento especial a mi primo Santiago, quien me puso en contacto con Pedro Castillo, quien me aclaró que esta historia mezcla las vidas de ambas Elenas, y quien me compartió la increíble intervención de la nana, a quien rebauticé en honor a la nana Luisita. 


¿Qué te sirvo? Hay Victoria, Bohemia, Amores... 

Abran las ventanas para que entre el aire y que no se sienta encerrado. ¿Y la botana?

Victoria está bien. Ahí viene la botana. Él decía que había un Luis de la Cámara en la segunda expedición de Montejo. 

No friegues Güaby, ¿no quieres empezar por el pueblo de Cáceres en España durante el medievo? 

Necesitarías varios años para contar la historia... me parece justo que empieces con baby Jesus (beibi yisus). Dos generaciones atrás es más que suficiente. 

¿Ya le dijeron a mamá que venga? A ti te daba pánico Güero, y después a Debo también, por eso la tía lo guardó en un cajón. 

Y fue así que papá logró recuperarlo, quién sabe cuántos años llevaba guardado el pobre. Ya le dije... no quiere venir, no quiere despegarse de papá hoy.  

¿En serio sólo a mí me daba miedo? ¿a tí no Mariana?


En Yucatán se vivió La Conquista un poco diferente al resto del país. Los mayas fueron una civilización fuerte y orgullosa. Sin embargo, para cuando los españoles llegaron, estaban divididos. Esto no evitó que presentaran resistencia. Mientras México cocinaba la Revolución, la Península seguía batallando con rebeliones con los mayas. Algunos historiadores incluso dicen que el mestizaje fue insuficiente para crear un nuevo pueblo unido. Con motivos de sobra además: les quitaron sus tierras, les cobraban impuestos, los usaron como mano de obra al límite de la esclavitud y como carne de cañón en la guerra contra Estados Unidos... Posiblemente una de las pocas cosas que los españoles lograron compartir exitosamente con ellos, aunque al inicio fue impuesto, fue la religión católica, sustituyendo a Ixchel por la virgen María y a Quetzalcóatl por Jesucristo.


Tampoco fue así.. algunos españoles eran fascistas, pero también había los que se preocupaban por la prosperidad de su gente, les daban educación y medicina...

Yo estoy contando la historia Güero...


Estaban muy enojados, por lo que a mediados del siglo XIX inicia la Guerra de Castas y duraría más de medio siglo. Al terminarse, la población de todas las castas en la Península Yucateca se habría reducido en más de la mitad.


Tropas y carretas en La Guerra de Castas


Las guerras de castas, fueron tres guerras distintas. Eran los Mayas contra los mestizos, criollos y españoles.


Conforme avanzaba la rebelión, tomaban poblados de españoles...


Los poblados crecían alrededor de las haciendas, el sustento venía de la producción de azúcar, tabaco y algodón, de la ganadería y en su mayor parte del henequén.

Si me siguen interrumpiendo nunca voy a terminar Fer... 


...tomaban los poblados de españoles, quienes si no morían en el intento, migraban a Cuba, Campeche y en su mayoría, a Mérida la Ciudad Blanca.  

La familia Castillo Vales se dedicaba al negocio de las carretas, el medio de transporte y de carga más utilizado a inicios del siglo XX en la región. Pedro era un hombre serio, de palabra, y ante todo, un hombre de familia. Elena su esposa se ocupaba de dirigir todo lo relacionado con el hogar y de la educación de su hija que llevaba su nombre. Elena era ávida lectora, y excelente cocinera. Sus panes y pasteles eran especialmente populares entre sus amistades y parientes, a quienes jamás compartía su receta. El secreto, la mayor parte de los casos, era usar un poco más de mantequilla. 

El favorito de Elenita era el pan de nata. No todo, sólo la parte de arriba. Ella era muy blanca de pelo oscuro y ojos color miel. Siempre andaba descalza ya que la tierra y el piso le refrescaba los pies, además era más fácil trepar árboles sin zapatos. Tenía el pelo quebrado, siempre en un bello arreglo que le hacía su madre todas las mañanas. Cuando Elena hacía el pan de nata, su hija esperaba a que lo pusiera en la mesa del comedor a enfriar. Después de asegurarse que nadie la veía, pellizcaba con el dedo pulgar y el índice, la parte de arriba del pan. La más suave y deliciosa. 

En esa época, las familias grandes eran muy comunes. A veces le preguntaban a Elenita si querría tener hermanos. Ella no tenía tiempo de pensar en hermanos. Había demasiadas cosas por hacer. Estudiar en la mañana, jugar con los caballos, las gallinas y las cabras, escalar los árboles de zapote para acariciar sus cicatrices, y a veces acostarse bajo la sombra de la ceiba a encontrar figuras en las nubes. Por la tarde cuando estaba más fuerte el sol, dormía una siesta en la hamaca con su nana Luisa, quien le contaba historias increíbles sobre sus antecesores. Elenita era una niña feliz y tenía toda la jungla como su patio trasero.

Los rumores llegaron a Pedro, los ataques se estaban acercando. Varias familias de los poblados cercanos habían muerto en manos de los mayas. A Pedro le daban escalofríos de sólo pensar en la matanza cerca de Valladolid varias décadas atrás. Los mayas asesinaron mujeres, ancianos y niños, que se refugiaban en una iglesia, mientras los hombres intentaban contra-atacar sin éxito. Contaban que la sangre aún manchaba las paredes de piedra, como si hubiera estado inundado el interior en ella. 

Pedro le pidió a Elena que empacara lo esencial, se irían esa misma noche. Usarían su carruaje. Era una carreta transformada en carroza, con un compartimento interno más cómodo, que generalmente usaba para llevar a su familia a Mérida una vez al mes, con espacio suficiente para traer las compras que invariablemente haría su esposa. 

En lo que Elena empacaba, Pedro se despediría de sus trabajadores más leales. Elena tenía una idea muy distinta de Pedro de lo que sería esencial llevar. Metió sus libros favoritos, un par de pinturas que eran importantes para su familia, los candelabros de plata que recibió como regalo de bodas, las alhajas que su madre le había heredado y las que su esposo le había regalado. 

Elenita se tranquilizó cuando supo que iría con ella su nana Luisa. Luisa le puso en brazos al bebé del nacimiento que arrullaban en Navidad, le dijo que él las cuidaría en el camino. El muñeco religioso era un poco más grande que un bebé de proporciones reales, y posiblemente más pesado al ser hecho enteramente de madera. 


Dudo mucho que hayan sido tan mochos... era más cultura que religión...

No porque tú seas ateo significa que todos nuestros antepasados lo fueron Güero. 

Está bien Mariana... dejo a tu amigo imaginario en paz. 


El sol se empezó a poner. El cielo se llenó de tonos morados, rosas y naranjas, casi parecía una acuarela. Pedro vio el cielo de su tierra una última vez, sabiendo que sería un adiós definitivo. La carroza ya estaba lista con exceso de equipaje y sus dos caballos más fuertes. Hizo un cálculo rápido y adivinó que perdería más tiempo en discutir con su esposa y sacar las cosas innecesarias, que irse de una vez con la carga como estaba. 

Elena salió de la casa por la entrada principal. Esa entrada de doble altura que tanto le gustaba. Le seguía Luisa la nana, quien llevaba un pequeño bulto con sus pertenencias. Elena bajó un par de escalones y sin mirar atrás, se subió al interior del carruaje, Luisa se quedó esperando afuera, buscando con la mirada. 

Francisco, el trabajador de más confianza de Pedro se acercó para despedirse: "Don Pedro, deje que yo los lleve por favor.". Pedro lo miró agradecido, "De ninguna manera Pancho, quédate con tu familia y cuídalos. Ya verás que pronto nos volveremos a ver". Era una mentira piadosa. Sabía que sería difícil encontrar a alguien con su nobleza y lealtad, no podía evitar sentirse triste de despedirse. 


Esa parte te la estás inventando Güaby. 

Yo estoy contando el cuento y es así como lo imagino, y no hay nadie que pueda corregirme. 


Elena volteó a la casa una vez más. Se percató que Luisa aún no subía, y recordó que olvidaban algo importante. "¡Pedro!, ¡la niña!". Pedro gritó con esa voz potente que lo caracterizaba... "¡Elenita!". Elenita se acercó corriendo desde la dirección opuesta. Venía de las caballerizas. "Elena, ¿qué hacías allá?", preguntó su padre. "Me fui a despedir de mis caballitos". Pedro no tuvo corazón (ni tiempo) de regañarla. 

Elenita se subió al carruaje, y después subió Luisa. Elenita sostenía al bebé de madera. Su madre le advirtió "no quiero escucharte decir que está muy pesado, si lo llevas tendrá que ser en tus piernas, no hay espacio para ponerlo en otro lugar." Luisa apretó las piernas y sumió el estómago, dejando de respirar unos segundos, como si esto fuera a hacerla más pequeña. Elenita prometió no quejarse. "Elenita ¿qué traes puesto?". "Me puse mi vestido favorito, no quería dejarlo y ya habías cerrado el baúl." Elena decidió no discutir más. La rodeó con su brazo mientras Elenita puso su cabeza sobre el hombro de su madre, mientras que su nana sonreía a ver este gesto de cariño entre madre e hija. El carruaje empezó a moverse, y Elenita abrazó más fuerte al muñeco. Las dos Elenas derramaron una lágrima mientras se alejaban de su hogar. Luisa se mantuvo en silencio para respetar este duelo callado. Ella también se sentía triste. Dejaría atrás a todas las personas que conocía en el mundo, excepto a estas tres.

Pedro manejó lo más rápido que pudo para llegar a Mérida antes del amanecer. Por lo general hacían paradas en casa de algún amigo o familiar para comer, descansar y seguir rumbo a Mérida. Esta vez sería de corrido. El fresco de la noche ayudaría que lo caballos no tuvieran tanta sed y aguantaran un par de horas más para llegar hasta la ciudad. Confiaba haber hecho el viaje suficientes veces para lograr hacerlo solo y de noche, pensando que sería la manera más segura de salvar a su familia. 

Pedro manejó sin descanso. Elenita se quedó dormida con la cabeza sobre las piernas de su madre, y sus piernitas sobre las de la nana Luisa, quien la acariciaba tiernamente para que el movimiento no la despertara. Elenita no soltó por un segundo el bebé que había arropado su nana en una sábana de lino blanca. 

Pedro pensó que la pequeña fortuna que tenían sería suficiente si ajustaban un poco sus gastos. Podrían volver a empezar él y Elena en Mérida. Si estaban juntos, lo demás era lo de menos. Pedro se tomó un momento para imaginarse atravesar la muralla empedrada, y manejar ahora por las calles arboladas de la ciudad que prometía esperanza para él y su familia. Al final del camino podía ver luces, serían los destellos de los faroles de la ciudad. Se permitió sonreír por primera vez en días. 

Avanzó casi triunfante, hasta que se percató que lo que pensaba que era la muralla, era en realidad un grupo de hombres armados en fila, apuntando hacia él. Escuchó el galope de caballos, y cayó en cuenta que ya lo venían siguiendo. Primero pensó en sacar la pistola...


¿Cómo sabes que tenía pistola?

Era México y había dos guerras a la par... vivían en una hacienda alejados de la ciudad, supongo que todos los hombres de esa época tenían pistola. 

Qué horror. 

 

Primero pensó en sacar la pistola, y descartó inmediatamente la posibilidad, no tendría suficientes balas y para el segundo disparo ellos abrirían fuego en respuesta. Después pensó en seguir de largo y atropellar a los que no se quitaran, pero eso no solucionaría cómo librarse de los que tenía detrás a caballo, que seguro lo alcanzarían rápido. 

Se detendría, intentaría negociar con ellos. A lo mejor les parecía valioso el botín que su esposa había empacado. 

Pedro bajó la velocidad y sintió cómo su corazón se detuvo por un momento, junto con el carruaje y los caballos. 

Elenita tenía 10 años, nunca antes había pensado en la muerte. Al detenerse la carroza, se despertó y vio por la ventana que estaban rodeados, y por primera vez pensó que tal vez ese día moriría. Abrazó con más fuerza al niño de madera, que parecía estar más chapeado ahora que cuando inició el viaje. Su nana acarició su cabeza, y apretó su bracito para recordarle que no estaba sola.

Era evidente quién era el cacique. Se notaba el respeto de los demás, esperando sus órdenes, las cuales daba con solo los ojos sin pronunciar una palabra. El hecho que aún siguiera vivo Pedro, le dio esperanza de poder negociar con el cacique, de no ser así ya le habrían disparado. Era posible que estuvieran interesados en la carroza y los caballos, de haberle disparado pudo haber herido a los caballos o dejar inservible la carroza. Se aferró a esos pensamientos Pedro, y bajó la cabeza ante el cacique para indicarle que no pondría resistencia. 

El líder gritó en maya, "¡EMÉN!".

Pedro, sin levantar la cabeza, bajó de un solo brinco. 

Los mayas vestían con ropa limpia. Eran hombres fuertes y era notoria su organización. Pudo empatizar con ellos por un momento, de pensar cómo reaccionaría él si las  circunstancias estuvieran invertidas y hubiera nacido bajo sus condiciones. 

"Ch'upo'ob tak'e lelo", indicó el cacique, dirigiendo los ojos hacia la puerta del carruaje. 

Pedro caminó lentamente, abrió la puerta, y les dijo a las tres mujeres, "no las dejaré ni un solo segundo". 

Elena besó la frente de su hija, tomó la mano de su esposo y bajó lentamente. Con los pies firmes en la tierra extendió su brazo para pedirle a su hija que la siguiera, "Ven hija".

Elenita se puso de pie. Apretó al bebé con un brazo y con el otro tomó la mano de su madre, mientras su papá seguía sosteniendo la portezuela. Cuando puso el pie izquierdo sobre el escalón, los primeros rayos de luz del amanecer iluminaban el cielo, dejando ver con claridad el delicado encaje de mantilla del vestido de lino de Elenita. Bajó ahora el pie derecho al piso,  enseñando el vestido completo, adornado con destellos que parecían brillar con la luz de esa mañana. Elenita tenía una mirada casi intimidante y al mismo tiempo transparente. Se postró con seguridad frente al muro de hombres que doblaban su altura. Levantó el rostro fijando los ojos directamente en el cacique. 

Elenita tenía puesto el vestido que su abuela le había regalado para celebrar su primera comunión. Hecho de lino crudo con detalles de encaje español bordado a mano, que hacían parecer a Elena una figura religiosa como las que portaban los conquistadores, y que ahora se adoraban en todas las iglesias y capillas de la península. 

Atrás de Elenita, bajó Luisa. Se puso a un lado de la niña y su muñeco de madera. Luisa recorrió sin miedo a cada uno de los hombres que tenía en frente. Se detuvo en el cacique. Luisa le puso la mano en el hombro a Elenita antes de comenzar a hablar en su lengua natal. 

"Yo le conozco, vivía usted en el poblado a un lado del mío. Mi padre le compró un cerdo al suyo hace tiempo, mientras ellos hablaron, nosotros jugamos persiguiendo a las gallinas", dijo Luisa en maya. El cacique no cambió su gesto. Puso su dedo índice en el gatillo. ¿Cómo podría traicionarlos alguien como ellos?

Luisa enderezó la espalda aún más, creciendo un par de milímetros. Apretó los dedos de sus pies para fijarse mejor sobre sus sandalias en la tierra. Pensaba que si le disparaban querría verlos a los ojos sin caer inmediatamente. El cacique supo leer esta acción, y en segundos el respeto por ella se solidificó. Luisa continuó, "Dejen ir a esta familia, ellos están con Dios". Bajó la mirada para señalar con ella a la escultura de madera que estaba en brazos de la niña.

El cacique volteó a ver al bebé inmóvil, después hizo contacto visual con la niña, y su cara se transformó. Hizo una seña a sus hombres, y con ella, los hombres dejaron de apuntar sus armas a la familia de Pedro.

El líder de los mayas alzó el brazo para indicarle a Pedro que siguieran su camino y en perfecto español pronunció "no se detengan hasta llegar a T'Hó". Luisa hizo una pequeña reverencia con la cabeza para agradecerle. El hombre se la devolvió. 


Deberías de escribir en maya todo lo que va en maya. Tu cuento no hace menos tétrico al baby Jesus.

Ha estado en la familia al menos 170 años, y sin él no estaríamos en esta barra que diseñó papá, tomando cerveza y disfrutando el fresco. 

¡Y Mérida no habría conocido los panes de Elena Vales!

Ya tengo hambre, ¿qué hay de comer hoy?




PEDRO CASTILLO DÍAZ      💙        ELENA VALES FERNÁNDEZ

1891-1933                           1863-1954


ELENA CASTILLO VALES

1895-1887


PEDRO CASTILLO VALES

1902-




 Leer "Un viaje en barco".

Comentarios

  1. Qué bonito cuentas las historias, Gaby! Y más bonito aún que estas historias y reliquias familiares sigan entre ustedes! Gracias por compartirlas.

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  2. Muy buen relato. Me gusto mucho. La verdad, primera vez que escucho esta historia con todas sus peripecias. No tenía idea. Sobre el baby Jesús, nunca la conocí o al menos no lo recuerdo. Según yo, Elena Castillo Vales fue mi bisabuela y claro que la conocí. Visité muchas veces su casa en la Colonia México y tuve la oportunidad de conversar con ella aunque siempre fueron pláticas muy escuetas. Prácticamente conocí todos los rincones de ese inmueble y mi soledad y yo la disfrutamos muchísimo. Como no recordar a Don Nato y a su esposa, de la cual se me escapa su nombre, pero parece que la estoy viendo. Y por más que hago, no recuerdo al baby Jesús. Recuerdo otras cosas. Según yo, dejo de existir en 1987, pero como en ese entonces yo vivía en CDMX, no tengo la certeza. Continuaré con la lectura. Se supone que estoy trabajando en la oficina, pero.... hoy deje a un lado la novela que estoy leyendo en Kindle, La Armadura de la Luz, de Ken Follet, novela histórica, genero que es el que más me apasiona, aunque reconozco que desde que leía los 3 mosqueteros cuando tenía 12 años me enamoré de este genero de lectura, sobre todo cuando se desarrolla en el viejo continente y también las que escribió mi pariente don Eligio Ancona Castillo, otro Castillo, sobre Yucatán, las devoré, en su momento. La verdad, digamos que son muy similares a lo que tu escribes y describes en estas líneas. Me las recordaste mucho ahorita, las del pariente, Historiador, escritor, gobernador, liberal yucateco del siglo XIX.....

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