El día que dejaste de respirar.
Me despertó la luz que entraba por la ventana. Dormía con ella abierta para combatir con las corrientes de aire que tú diseñaste, el calor de mayo que caracteriza el sureste de México. Desperté en esa habitación que hiciste pensando en mi hermano, pero que terminó siendo mía. Aquella habitación a la que entrabas sin permiso, aplaudiendo y sonriendo, gritando ¡Gabrielita, ya salió el sol! ¡Ya están cantando los pajaritos! ¡Vamos a desayunar! Aquella habitación con vista a la palapa y a la laguna. Con un ventanal enorme, que jamás cuestionaste si tus hijos estarían seguros cerca de él, y hasta te ofendía que alguien lo preguntara. Ese ventanal que usé como puerta a mi escondite, sobre las tejas del techo del cuarto de mi hermana. Corría tres pisos por las escaleras, saltaba por la ventana y me escondía en plena luz del día, en ese techo rojo ladrillo, hasta que se me pasaba el coraje o la tristeza.
Desperté en mi cuarto de la infancia, ese que trazaste con lápiz hacía años atrás, seguramente en una servilleta o en tu libreta de bolsillo. Después lo habrías repetido en tu restirador, para finalmente ponerlo en planos azules. Tenían que ser azules como el resto de la casa.
No recuerdo los pájaros ni su canto, pero salió el sol y me despertó.
Bajé con Alfonso para preparar las correas de Kinam, Nicté y Balú. Caminamos con ellos por el campo de golf. Recorriendo al menos tres de las casas que habitamos juntos antes de yo haber cumplido los 7 años. Los perritos disfrutaron caminar sobre la hierba. Nosotros disfrutamos los colores del cielo, aquellos que todas las mañanas capturabas con tu cámara gritándole al mundo Ma'alob k'iin.
Regresamos pasadas las 7 de la mañana. Entré a saludarte y no podías escucharme, o al menos no podías reaccionar. Fui por un vaso de agua y casi en seguida me llamaron para que regrese. Te di besos en la frente y sostuve tu mano, te dije que te quiero mucho.
Tu respiración era muy acelerada, como si te estuvieras sofocando. Te dije, como tú me dijiste tantas veces a mi, que por qué eres tan necio. Estábamos contigo mamá, Fernando, Mariana y yo. Le pedí a Fer, mi hermanito, que le avisara a Mario, que necesitábamos ayudarte. Mario tomó la bolsa de medicinas, esa colección que desde hace meses atrás llevaban juntando mi mamá y tú, porque a cada rato te cambiaban la prescripción. Ya nada te ayudaba. Mario empezó a hacer menjurjes que al final no fueron necesarios.
Cinco minutos antes de las 9 am -porque si llegas en punto, ya llegaste tarde- dejaste de respirar.
Rodeado por tu esposa, y tus cuatro hijos, dejaste de respirar.
En la oficina que te construiste, entre los libros que guardabas que eran de tus padres, los que tú coleccionaste a lo largo de más de setenta años, otros que tu esposa compró sobre cocina y sobre países lejanos y algunos que te dejamos tus hijos. Frente al patio donde duermen tus perritos, frente a los árboles frutales que sembraste con mi hermanito, de naranja agria, guanábana, mamey y zapote. Frente a la palapa que sobrevivió una decena de huracanes y que mandaste peinar otra decena de veces. Dejaste de respirar.
Alfonso llamó al lugar de los muertos. Llegaron el perito y el doctor. Tomaron los datos, como cuando un perito toma los datos de un accidente o un choque de coches. Nos explicaron las opciones. Te podían llevar ahora, o podías quedarte en casa. Lo primero sería ir al Registro Civil, para pedir tu acta de defunción.
Yo no quise perderte de vista, pero mi hermano me convenció que ese cuerpo ya no era tuyo. Y que si te llevaban ahora no significaba que yo dejaría de cuidarte. Entonces, nos paramos en la puerta de tu casa y te despedimos del castillo que construiste para nosotros. Se llevaron tu cuerpo en una camilla cubierta por una sábana blanca.
Les pedí que me permitieran acompañarte antes de meterte al horno. Ellos trataron de persuadirme, argumentando que es un procedimiento "industrial" y que podría ser rudo de ver. A mí no me importó, yo te quise acompañar.
Aún había que esperar por un par de cosas antes de movernos, por lo que me fui a bañar (seguía en ropa de ejercicio), me puse tacones, una blusa azul y una falda. Me maquillé un poco y bajé al comedor. La familia se sorprendió un poco, y les respondí que a ti te gustaría vernos arreglados, y mis primos fueron a hacer lo mismo.
Puse Elvis para comer, tu último cantante de moda, y me di cuenta por primera vez de lo triste que son sus canciones.
Fuimos al lugar de los muertos, a escoger tu urna. Pedimos una sencilla de madera, sin símbolos religiosos ni imágenes cursis. Nos ofrecieron un cubo de madera, al cual se le había caído la cruz. Fernando, Mario y yo coincidimos que esa es la que hubieras elegido.
Alfonso nos llevó al Registro Civil. Como imaginamos, fue una espera larga, para ello me había preparado con una botella de Bourbon y Fernando con puros.
Mientras esperamos, bebimos y mis hermanos fumaron. Finalmente logramos el trámite con la ayuda de Alfonso. Fue un lío registrar a mi mamá como tu viuda, pero sabíamos que era importante y así lo hicimos.
Alfonso manejó ahora para llevarnos a tu incineración. Al ver que estaba tan convencida de acompañarte, Fernando mi hermanito, también bajó del coche. Caminamos juntos bajo los árboles, a un lado del primer cementerio que me llevaste a conocer, aquella vez que te pregunté sobre la muerte a mis 7 u 8 años, cuando murió un niño un par de años mayor que yo. Después de ese día me obsesioné con los cementerios. Pero tú no estarás ahí. Caminamos juntos, hacia donde estaba el horno. Dos señores nos esperaban a los lados de tu cama.
Destapé tu cara, te besé la frente otra vez. Estaba fría y suave. Te dije adiós. Me aseguré que te metieran con el horno prendido y lloré.
Teníamos que esperar un par de horas. Mario pidió ir por pizzas, Alfonso manejó a Rolandi's, y yo llamé para ordenarlas. Comimos pizza en el coche. Fuimos a la casa donde tomamos más Bourbon, ahora con helado, como le gusta a Mario.
Volvimos por tus cenizas alrededor de las 9 pm. Llegando a la casa mis hermanos te alzaron y cantaron. Te pusimos a lado de la urna de tu papá. Me tomé una foto con tu nueva urna, junto a unas de las tantas flores que te enviaron.
Moriste el 11 de mayo 2020, en medio de una pandemia que logró traernos a todos tus hijos a tu lado y al de mamá, para acompañarnos durante tus últimos días en este planeta.
No sé si tú viste pasar tu vida segundos antes de morir, pero yo he estado tratando de escribirla, ojalá me perdones que me tome algunas libertades, ya que no estás aquí para sacarme de dudas y corroborar la veracidad de lo que escribo.
Uff! Lo describiste hermoso y fuerte como son las experiencias que nos marcan para siempre!! Te abrazo fuerte!
ResponderEliminarTu texto me conmovió hasta las lágrimas, me recordó inevitablemente al día que se murió mi papá. No tuve el gusto de conocer a Don Mario pero estoy segura de que estaría muy orgulloso de ti y feliz que así se recuerde el día de su partida 💙
ResponderEliminarAmiga te quiero, un hermoso aunque doloroso relato. Les mando un enorme abrazo
ResponderEliminarMi bella Gaby que hermoso homenaje has hecho a tu adorado Padre, sin duda lo has descrito bien y siempre habló de ti con tanto amor que le brillaban más esos hermosos ojos, que tu heredaste niña bonita. Siempre que iba a consulta me encantaba ver al arquitecto activo lleno de proyectos Amando a su familia y a su Cancún al que ha legado muchas obras. Gracias por compartir este bello relato de sus últimos momentos, te mando abrazo enorme!!!!!
ResponderEliminarNo recuerdo cuando leí unas lineas tan hermosas de un momento tan difícil, siempre he pensado que solo un alma libre tiene esa capacidad, esa sensibilidad.
ResponderEliminarSolo tengo una cosa muy clara en mi corazón, nos veremos en el cosmos.
Te mando un fuerte abrazo abrazo, alma libre.
Gracias por compartirLO con nosotros, lo extraño tanto... sus maalo Kin, su humor ácido
ResponderEliminarMuchos besabrazos para todos ...
No sabes lo que me sirvió darte un abrazo.
ResponderEliminarExcelente, maravilloso. Me he quedado sin palabras, sumamente impresionado con lo que escribiste. Es como si hubiese estado con ustedes en esos momentos. Lo siento tan vívido, tan profundo, llegador diría yo. Hay tantos detalles que viví exactamente igual cuando tu tío Fernando, mi padre, nos dejo aquella noche del viernes 22 de noviembre de 2019. Nunca me imaginé, encontrar a alguien que pudiese transmitir esas vivencias con un sentimiento y una sensibilidad únicas y que me llegaran de tal forma, me noquearan, por así decirlo, que me identificara profundamente contigo, a tal grado de sentirte y considerarte como un alma gemela. Tengo 61 años y si algo ha caracterizado una buena parte de mi existencia, ha sido la soledad, alguna vez, papá me dijo que parecía un "lobo solitario"..... y la verdad, tenía razón. Y en particular, en vivencias y experiencias, como las que nos cuentas en tu escrito, esa soledad se agigantaba y era muy difícil, si no no casi imposible, encontrar a alguien que tuviese esa misma sensibilidad para interpretar estos tristes y trágicos eventos, que al fin y al cabo, son nuestro destino. Felicidades y continuamos en privado, me dejaste sin palabras, me capacidad de asombro ha sido desbordada favorablemente. Te quiero mucho..... aunque no lo creas.
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