Las cosas se mueven todos los días en casa de María.
Se prepara el café, se despiertan por partes, se enciende la regadera, se organiza el almuerzo, se lavan los platos.
¿Quién dejó los platos sobre el escurridor y no los secó? Se queda el agua estancada, se hacen hongos y huele mal.
El día comienza y María lleva horas despierta. Ya leyó las noticias y vio un documental sobre refugiados políticos.
Ella renta dos cuartos del departamento en el que ha vivido la última década. Por fuera parece un edificio más al estilo francés de Quebec. Por dentro es un piso finamente decorado con arte popular, moderno, sacro, entre otros muchos tipos. Libros y algunas fotos sueltas hacen guardia en la pared de ladrillo que viste gran parte del comedor.
María se levanta de su silla al escuchar el primer crujir de la madera, que se queja cuando alguien la pisa. Se da permiso de iniciar sus actividades. Ella sacude, aspira, mete a lavar el mantel y las servilletas que usó la noche anterior.
¿Quién dejó su ropa en la lavadora? Habrá que hacer turnos por días para no estorbarnos.
María mete a la secadora la ropa húmeda abandonada por alguien más para poder continuar con lo suyo.
Un alma se arrastra con una toalla hasta el baño. Empieza la música del agua caliente al tocar la tina.
Debe ser Graciela. Ella suele ser la primera en irse al trabajo o al diplomado.
¿Hoy es jueves? Hoy es miércoles, seguro es Graciela.
Se acomodan los platos, los vasos y los cubiertos que a noche anterior fueron atacados por vapor y jabón. El agua caliente para el café ya está lista. Se sirve en la prensa francesa que ya espera con el café recién molido. El alma se acerca ya vestida con el pelo húmedo hasta la cocina.
“Buenos días. ¿Se te antoja un café?”
Graciela acepta aún semi dormida. Hoy es su turno de sacar la basura antes de dirigirse a la parada del autobús. Para ello recorre los distintos basureros de diversos tamaños para juntar la evidencia de la semana en bolsas negras grandes.
“No olvides la del congelador.”
Como todas las casas, esta tiene sus rutinas y sus mañas. Una de ellas en casa de María es guardar los retazos de comida en bolsas para exponerlas a bajas temperaturas, evitando que perfumen la casa hasta que llega el día que pasa la basura en el vecindario. Son hermosos helados de desperdicio que se hospedan en la repisa inferior del congelador a lo mucho siete noches.
En la casa de María las cosas se mueven. Se desempolva, se trapea, no mucho porque se daña la madera. Se pulen los accesorios de plata que ayudan a reflejar brillos tenues de las lámparas estratégicamente colocadas en las esquinas y así prescindir de la cruda luz directa de los focos del techo.
“Ya mañana conocerás a mi hija.”
Mañana llega Itzel, la hija de María. Ella vive en una reserva al norte, donde desde hace un par de años lleva a cabo una laboriosa investigación sobre los Cree, una de las tribus nativas del norte del continente.
Ese pequeño rincón de México en Canadá está por recibir a la invitada especial de la antropóloga feminista, la artista socialista, la gran narradora. El espacio que comparten tres mujeres, que en temporadas muy distintas emigraron de su país, está destinado a quedar resplandeciente antes de la llegada de una cuarta, la primogénita de María.
Graciela sonríe, sabe que la casa estará en más movimiento que lo habitual. María e Itzel no se han reunido desde que inició la cuarentena. En años pasados Itzel visitaba a su madre al menos tres veces al año.
En estas visitas, María solía agasajar a su hija con platillos de su país natal. Pozole: un caldo con granos de maíz blanco acompañado de carne, queso fresco, chicharron, aguacate, epazote, orégano y un poco de lechuga. Tamales: tortitas de masa rellenas de pollo deshebrado en salsa verde, envueltos en hoja de plátano (que a veces se consigue) cocidos al vapor. Chiles rellenos de picadillo, frijoles negros o queso; hervidos en salsa roja en una olla de barro. Itzel lleva sin probar México ya casi dos años.
María querrá que todo esté perfecto. Graciela se ofrece a ayudarle a poner la mesa mañana.
“¿Sabes quién deja las cortinas sin secarlas después de bañarse?”
Graciela y María lo saben. Es la que falta por despertar, la menor de las tres, la integrante más nueva de esta pequeña vecindad.
La joven Eloisa nunca había vivido sin su madre. Eloisa llegó hace pocos meses a Canadá. Su padre consiguió trabajo en una granja alejada de la ciudad, donde no hay universidades cerca. La familia de tres se mudó buscando una mejor vida, pero pronto deberían separarse para que Eloisa pueda convertirse en artista. Eloisa fue aceptada en una universidad con un gran programa de artes. Sus padres están trabajando duro para que pueda conseguir un título.
Para su mudanza, pareciera que su madre se preparó con comida suficiente para aguantar los seis meses que faltan hasta que Eloisa regrese para su vacación de invierno. Graciela y María ahora tienen que reducir el espacio que usan en el refrigerador y el congelador. Esto no les ha caído muy en gracia.
Esta semana, María ha redistribuido los espacios para acomodar la gran despensa de Eloisa. Afortunadamente ya bajó la temperatura afuera y ha podido sacar un par de cosas, como los huevos y algunas verduras bien tapadas. Ha usado el balcón como extensión de su alacena, ahí se conservará bien la comida si es que los mapaches no las encuentran.
Se barren los escalones, se limpian las ventanas, se colocan las velas sobre la mesa y a su alrededor. Se abren los armarios.
“¿Qué estoy buscando? La colcha de plumas.”
Se estiran las sábanas, se tiende la cama. Coloca dos toallas grandes y dos pequeñas al pie de la cama, y un cojín con tejidos chiapanecos como toque final.
María ha preparado una habitación distinta para que su hija pueda pasar la noche cómoda. Movió la mesa, la alfombra y el futon. Hizo espacio en el closet. Dejó el cuarto digno de fotografía. El espacio se siente nuevo con los finos ajustes que caracterizan los espacios que María toca.
María baja las escaleras, se pone sus zapatos de calle, abre la puerta, sale de su vestíbulo, cierra la puerta, baja otro piso, quita el candado para poder bajar al sótano, está buscando una pieza de barro que le gusta mucho a su hija. Mueve cajas, el polvo la hace estornudar tres veces.
“¡Achis! ¡Achis! ¡Achis! …. Aquí estás hermosa, te andaba buscando.”
La pieza es una representación de Cihuacoatl, diosa de la fertilidad azteca. Ahora toca hacerle cosquillas con un plumero antes de ser colocada sobre el escritorio que decora la habitación que arropará a Itzel mañana.
Regresa María después de su travesía triunfal. Se cruza con Graciela, quien ya lleva el pelo seco con una trenza, con la mochila colgando en la espalda y una bolsa negra en cada mano. Graciela está lista para iniciar sus actividades, el diplomado o el trabajo, ya no recuerdo cuál toca hoy. María le presume la antigüedad a Graciela.
“Es linda la diosa, ¿verdad?”
Claro que lo es, de hecho ya no recuerda por qué estaba en el sótano, ella merece un espacio especial.
Graciela se despide de María. Se verán en la noche o mañana.
María pule los cubiertos que quiere utilizar en la cena de bienvenida para su hija. Muchos no lo saben, pero el huevo mancha de negro la plata. Con un poco de líquido quedan como nuevos.
Escoge también el mantel que usarán con la vajilla de Talavera, en la cual servirá el delicioso mole que van a compartir y el vino español que le va muy bien.
El mole lo trajo su amiga Ofelia desde Veracruz en su última visita. María le agregó un poco de chocolate y le puso carne de pavo. Lo ha estado guardando para un momento especial y ha decidido que mañana es el evento perfecto.
Nuevamente suena la madera. Eloisa se habrá desvelado haciendo bocetos para su clase. Está en su primer semestre de artes plásticas y aún tiene mirada de ratón asustado. Es el primer otoño que está tan lejos de casa. No conoce un invierno como el que le espera. Eloisa saluda a María.
“Mañana viene mi hija a cenar. Eres bienvenida a acompañarnos si quieres.”
Eloisa acepta con pena.
“No olvides cerrar con llave la puerta principal cuando te vayas. El otro día llegué y estaba abierta la puerta de par en par.”
Eloisa se disculpa.
"Estaba por hacer unos huevos con chorizo, ¿quieres un poco?”
Eloisa va tarde a la escuela, otro día será.
Apenas y come la niña. A este ritmo jamás se va a terminar toda la comida que le trajo su madre. Quién sabe cómo tiene su cuarto. Mejor ni me asomo que seguro me da algo.
María se sigue ocupando hasta caer la noche.
Ya es momento de descansar.
Los dientes y la cara se lavan, las llaves del lavabo se secan. Se acuestan por partes. Se apagan las luces. Falta la del pasillo, Eloisa ha olvidado de nuevo apagar la luz del pasillo.
Los primeros rayos de luz se asoman por la ventana. María aguanta unos momentos antes de iniciar sus actividades. Escucha las noticias, ve un documental sobre el Día de Muertos.
Los pasos de Graciela le dan la pauta para levantarse y poner el café, las cosas empiezan a moverse un día más.
María sale a su balcón, riega las plantas, les habla bonito. El café está listo. Se prepara un pan tostado. Hoy aspira las alfombras nuevamente.
Graciela le acepta una taza de café. Hoy se le antojó hacer unos huevos revueltos con frijol, un platillo jarocho para desayunar. Le ofrece a María, quien acepta.
Mientras Graciela prende la estufa en la cocina, María inicia la danza en el comedor para recoger el polvo que se ha acumulado desde ayer.
Se levantan las alfombras, se limpian los cristales, se limpia la cocina.
Se detiene cuando Graciela le busca la mirada. Comparten la mesa para comerlos juntas acompañadas del delicioso olor a café.
Graciela se va, al diplomado o al trabajo, no sé cuál toca hoy.
María quiere salir al mercado para comprar un par de cosas. Una barra fresca de pan. Un pastel italiano de su café favorito. Matará dos pájaros de un tiro: estirar las piernas y comprar lo que falta para la cena.
Las cosas se mueven. La madera truena. Las hojas de colores de los árboles caen sobre la banqueta y la calle. El sol se asoma por las ventanas, saludando de reojo las finas pinturas que cuelgan sobre las paredes en la casa de María.
María regresa con las manos llenas y sube dos pisos hasta llegar a la mesa. ¿Quién deja sus zapatos atravesados en los escalones? Un día de estos alguien se va a caer y espero no ser yo. Le tengo que decir a Eloisa.
Antes de sacar las compras de sus bolsas debe sacar el mole del congelador, por poco se le olvida con tantas cosas que ha estado haciendo.
Abre la puerta superior del refrigerador y el frío se le va al estómago. ¿Dónde está el mole?
Graciela no olvidó los hermosos helados de la repisa inferior del congelador cuando sacó la basura. Esta semana , María ha redistribuido los espacios para acomodar la gran despensa de Eloisa. María olvidó decirle a Graciela que el espacio designado para la basura en el congelador ha cambiado. ¿Cómo no pudo notar que el mole no era basura? Tarda en despertar la chica. ¡La cena! Tengo frijoles que freí hace un par de días. No puedo sacar solo frijoles. ¿Cómo no se dio cuenta Graciela? Creo que tengo quesos. ¿Quesos, frijol y pan? Eso no es una cena completa. Bueno, al menos no faltará el postre. ¿Cómo no saqué el mole antes? No había más espacio en el refrigerador, y lo iba a descongelar en cuestión de minutos en la olla. Esa Eloisa necesita organizar sus cosas. Todo ese mole traído desde Veracruz, en la basura.
Ya casi aterriza Itzel. Molletes en Talavera se podrían ver lindos… Alguien llegó.
“¿Estás bien?” - pregunta Eloisa.
María le cuenta la tragedia que acontece mientras se sienta en la mesa del comedor a punto de soltar el llanto. Su hija llega en menos de dos horas y su platillo principal está en proceso de ser composta.
Eloisa va a la cocina. Saca cinco bolsas de comida, María calcula que cada bolsa pesa al menos un kilo.
Pavo en escabeche: un caldo con toque de vinagre y naranja, perfecto para este clima. Queso relleno: carne de cerdo molida con aceitunas, almendras, alcaparras y queso holandés horneado. Puchero: la mejor sopa de verduras que jamás ha existido con tres tipos de carne. Frijol con puerco, un estofado rico en hierro acompañado de arroz y rábano curtido. Relleno negro: una mezcla de chiles y tortilla tatemados que le sirven de salsa a la carne de pavo.
Todo alcanza para 5 personas. La madre de Eloisa preparó cada guisado para que le rinda la semana completa y en vez de ocuparse de cocinar, se dedique a estudiar. Su madre es de la península, preparó una gran variedad de platillos yucatecos para que Eloisa no extrañe su comida. Estuvo cocinando casi dos semanas antes de acompañar a su hija a su nuevo espacio. No fue fácil conseguir los ingredientes. Algunos los trajo desde Valladolid, escondiéndolos dentro sus zapatos envueltos en plástico y después dentro sus calcetines, corriendo con la suerte de no ser cuestionada por la aduana. Otros tuvo que inventarse, como la naranja agria, que imitó con limón verde y naranja dulce.
“María, por favor escoge dos, en cuestión de minutos se descongela. Todo queda bien con tus frijoles y la barra de pan.”
Todos los días se mueven las cosas en casa de María.
Me sentí parte de esa casa. Muy bueno
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