La verdad es que soy bisexual. 2da edición.


Infancia es destino

Si naciste en los 80's es muy probable que hayas sido como yo. Viste muchas historias de amor en dibujos animados. Mi favorita era "La Bella y la Bestia". Me gustaba la música, me gustaba que la protagonista era diferente a todos los de su pueblo, y me encantaba la enorme biblioteca que le regalaba su pretendiente y secuestrador. Aún en dibujos animados, lograba transmitir grandeza y majestuosidad en muchos espacios, incluyendo aquél palacio habitado por objetos que cantaban y bailaban, que como ella, estaban atrapados. 

Entre tantas otras películas y caricaturas, esta era una historia de un amor que nace entre una mujer y un hombre, en este caso una bestia masculina. Reforzaba lo que tantas otras historias hacían desde que empezamos a consumir el cuento cuya trama es "Love is all you need", un amor romántico, amor en pareja, amor que te completa. Tardaría muchos años más en entender qué tan tóxica era esta relación entre la plebeya letrada y el noble bruto. Imaginé, en una situación de la vida real, cómo habría planeado el asesinato de aquél verdugo con la ayuda de los muebles, mucho antes de darle la oportunidad de que me mostrara su lado humano y poder enamorarme de él.


La vida adulta

Mi vida ha sido un conjunto de giros inesperados, en parte porque tengo complejo de gitana y tiendo a ser impulsiva. Soy una mujer en mis treintas, y nunca pensé que mi vida resultaría como lo es hoy.

Retomé la universidad cuando tenía 27 años. Lo primero que me impactó al entrar a mi salón en el primer día fue ver a tres chicas de 18 años que no tenían problema en ser abiertamente lesbianas. Cuando yo había cumplido la mayoría de edad, apenas empezaba a notar que a pesar de ser la más noviera de mi prepa, también sentía atracción por mujeres.

Me daba vergüenza imaginarlo, pero necesitaba sacarlo, así que le conté a quien más confiaba: mi novio, quien con mucha dulzura (porque ¿qué hombre querría estar con una chica “indefinida” en su preferencia sexual?) me aceptó sin dudarlo.

Él era mi mejor amigo y le podía contar lo que fuera. Después de dos años de maravillosa complicidad, me confesó que estaba enamorado de mí. Mis opciones eran alejarme de él para aminorar su decepción o experimentar la posibilidad de ser su novia. Ante el miedo de perder a la única persona que (según yo) me aceptaba como era, nos hicimos novios.

Pasaron los años e hice lo que toda “niña bien” debe hacer, me casé. Dejé el tema de las chicas en un paréntesis, porque si él lo sabía, nadie más tenía que hacerlo, mucho menos yo asumirlo.

Nuestro matrimonio no funcionó, parcialmente porque ambos éramos muy jóvenes e inmaduros. Pero sobre todo, porque mi autoestima estaba directamente asociada a cómo me hacía sentir él. Porque pensaba que si estaba con alguien que me aceptaba, me cuidaba y me amara, no tendría que hacerlo yo misma. No contaba con que todos venimos con maletas que muchas veces no son nuestras, y que todos tenemos conceptos muy distintos de lo que significa amar, cuidar y aceptar. Aprendí a la mala que si no sabes cómo hacerlo tú mismo, estarás a la merced de cómo la otra persona percibe estos conceptos. Hicimos lo mejor que pudimos, para después salirme de aquél departamento que compartíamos, con un par de maletas y muy pocas cosas.

Ese día me alejé de la imagen de niña bien que había construido, aquella que sacaba buenas calificaciones y había salido de casa de sus padres para ponerse un vestido blanco frente a toda su familia y amigos para prometer amor eterno y hacer un baile con coreografía ridículo. Conocí una nueva etiqueta que yo pensaba que a mi mamá avergonzaría: divorciada.

Mi madre es la mejor mamá del universo, yo sé que muchos lo pensamos, pero en mi caso es cierto. Esa mujer soñó con ser esposa y tener hijos toda su vida, y cuando empezó a salir con mi padre sabía que ahí permanecería cuantos años les regalara la vida. Se enamoró de él aún más cuando vio cómo trataba él a sus hijos, y pensó, "nada mal para criar un par más". Si les queda duda de la capacidad extra-humana que tiene mi madre para ser super-mamá, hay varias decenas, si no es que más de 100 bebés desconocidos que logró arrullar después de un llanto desconsolado, dejándolos dormidos plácidamente antes de ser devueltos a sus padres. Este es solo uno de sus talentos, también es chef/administradora/maestra/especialista/historiadora y comediante. 

Sin embargo, mi madre creció en una ciudad de Veracruz, con padres conservadores. Al haberse casado con un hombre divorciado tuvo que renunciar a la idea de entrar velada a una iglesia como Lady Di, por lo cual se emocionó mucho cuando le dije que me casaría, imaginándome entrar de la mano del amor de su vida (mi papá), con velo en la cabeza. Por lo mismo me costó trabajo decirle lo que estaba viviendo, sentía que le arrebataba esa imagen de felicidad y "perfección" que ella también compró a lo largo de muchos libros, películas y canciones.


Mi definición

Decidí aventarme todos los rechazos de la sociedad en un solo jalón.  No solo me había separado, sino que también saldría con chicas. Y aquí quiero hacer algo evidente, por si aún no lo es, siempre me pesaron muchos los juicios de las demás personas. 

Primero le dije a mi padre, mi eterno aliado, aplaudió mi decisión de divorciarme. Cuando le anuncié que ahora saldría con mujeres, me respondió que él también pensó en salir con hombres después de divorciarse de su primera esposa, la madre biológica de mis hermanos mayores y mi máximo en el mundo. En ese momento sentí un poco de resistencia. Esto es algo moderno, algo atrevido, mi papá de más de 60 años no puede ser como yo si siempre ha sido un galán, un "man's man", un padre de familia y un esposo devoto. Negué la cabeza, "no papá, no estoy confundida, esto es en serio". Tal vez lo dijo por hacerme sentir bien, pero ahora sé que no pude evitar juzgar esa idea. Me dijo que sería bienvenida en su casa con la pareja que yo eligiera, sin importar su género. Eso era todo lo que necesitaba para empezar a ser yo, o al menos continuar descubriéndolo.

Tardé más de un año en atreverme a entrar a una relación nueva, necesitaba estar sola para sanar mis heridas; además, una cosa era aceptar que disfrutaba mi sexualidad con otras mujeres, otra distinta sería entrar en una relación de pareja con una. Al empezar mi vida social de soltera, encontré una comunidad de hombres y mujeres valientes y fuertes, sin miedo a ser felices, muchos a pesar de no ser aceptados por sus familias y seguramente algunos de los que creían ser sus amigos.

Me di cuenta de que muchas personas heterosexuales también vivían en ese mundo de sana convivencia y felicidad con otros homosexuales, gran parte de mi familia y amigos incluidos.

Al presentarme, ahora sentía la obligación de cargar los títulos como letra escarlata: divorciada y lesbiana. Y escribo la palabra lesbiana porque era el título que me acomodaba, era el que en el momento pensé que me definía, quizás a modo de radicalismo para no dejar espacios abiertos para juicios y cuestiones. Mis amigos gay estaban cómodos con este término también. Me veían como alguien que por fin había asumido su preferencia sexual, era una historia heroica que les gustaba contar para todos aquellos que seguían en el clóset. Además, si decía que todavía existía la posibilidad de salir con un hombre, inmediatamente dejaban escapar aquella mirada de juicio que seguro ellos sintieron más de una vez al decir que sentían atracción por personas de su mismo género.

Escuché comentarios como “eso no existe”, por lo que prefería el título de lesbiana para no alienar a mi nueva comunidad feliz. Algunos familiares y conocidos sentían la obligación de comentar que su pobre sobrina “se había vuelto” lesbiana por culpa del divorcio o que aquella niña que conocían ahora era lencha por culpa de amistades deschavetadas.


Un nuevo amor

Después de dos años de trabajar sin descanso y estudiar con sobrecarga de materias, salir los fines de semana para bailar como ni en mi prepa había hecho, rodearme de personas increíbles, y mucha terapia, conocí a la chica que me enamoró. Ella era una actriz bellísima que me hacía reír. Me gustó desde el primer momento que la vi y nos amamos inmensamente.

Con ella el futuro era claro: estaríamos juntas en todas las marchas de orgullo LGBT, tendríamos la boda más gay y fashionista que se haya visto desde la película de Sex & The City 2 (por favor haz clic aquí si no viste la boda de Stanford y Anthony), escogeríamos juntas a nuestro donador de esperma para tener hijos (dos, uno en cada vientre), de preferencia un artista ecologista amante de animales hijo de científicos, y finalmente nos retiraríamos de viejitas a la playa… Cuando de pronto la realidad me pegó en la cara.

Llevaba años posponiendo mi sueño de trabajar en el extranjero, meta que yo olvidé a lo largo de más de una relación. En ese momento de su vida y de nuestra relación, ella no estaba dispuesta a acompañarme ni esperarme. De pronto todo ese amor pareció insuficiente y terminamos. A pesar de esta desastrosa ruptura de corazón, jamás pensé en volver a salir con hombres.

Dicen que después de 45 días de hacer algo ya se convierte en un hábito, yo llevaba tres años de salir solo con chicas.

Antes que mi bellísima madre aceptara que me extrañaba y quería mantener su cercanía conmigo con la ayuda de su terapeuta, porque yo aún era esa niña necia que la hacía reír y que ella misma había criado, y mucho antes de recibir calurosamente en su casa a mi novia, me hizo una pregunta: "¿Nunca volverás a salir con un hombre?".

Tomé aire profundamente y, después de exhalar despacio, contesté: "Si digo que no, seguramente seré la primera en tragarme mis palabras. Te contesto que es poco probable. Para que yo acepte salir con un hombre tendría que atraerme físicamente, hacerme sentir cómoda con mi sexualidad, ser independiente, simpático, sencillo, alegre y además que le guste bailar. Así que, no estoy cerrada mami, pero no creas que va a suceder pronto, lo más probable es que termine con una mujer".


¿La vida sencilla?

Yo sabía que me era más fácil salir con chicas por muchas razones (la verdad es que somos seres maravillosos), pero no podía descartar la posibilidad de encontrar algún hombre que llamara mi atención, ya había sucedido en el pasado.

Un buen día, cuando menos lo esperaba, conocí al que se convertiría más tarde en mi segundo esposo. Parecía que alguien estaba escuchando cuando describí a ese hombre imposible, a manera de toma-órdenes. El mundo regresó a la normalidad. Aquellos familiares que antes se avergonzaban, ahora se alegraban que por fin hubiera conocido a la persona que me “quitó” lo lesbiana.

La mayoría de mis amigos estaban felices de verme contenta, porque lo estaba. Algunos amigos gay se sintieron profundamente traicionados porque había "dado vuelta en U", o como dijo mi mejor amiga, "regresé del lado oscuro". Casi todos me trataban como si hubiera elegido un bando, y si no era el suyo, algo había hecho mal. Estoy segura que hay millones de bisexuales que se ven presionados a elegir un "equipo" por no defraudar a su gente cercana e incomodarlos menos.

Sé que reapareció, en las personas que me conocían desde hace tiempo, esa comodidad que antes no sabían que existía, cuando lo obvio es que todos somos heterosexuales hasta demostrarse lo contrario. Esa comodidad volvió en cuanto les presenté a mi nueva pareja que resultaba ser hombre.

Existe una línea invisible pero clara que divide los momentos en los que hago referencia a mi bisexualidad y mis exparejas mujeres, y los momentos en los que siento que las personas con las que estoy hablando pudieran reaccionar con cierto rechazo, por lo que me callo porque no quiero darles esa posibilidad.

Ante estos sentimientos encontrados, entre recibir la aceptación de mi gente, el rechazo de mi nueva comunidad, la felicidad de un nuevo amor, y la vergüenza por sentir que traicionaba mi identidad, decidí escribir mi historia de manera anónima en mi revista digital favorita llamada Malvestida (entra a leer la cooperativa de contenido en español más fregona, diversa y gozosa del planeta si aún no la conoces).


Un nuevo camino

La verdad es que soy bisexual, la mayoría de las personas prefieren omitir este hecho. No salí con chicas por tener un mal divorcio, y no me casé con un hombre por segunda vez porque una mujer me rompió el corazón. Simplemente puedo sentir atracción por mujeres y por hombres, ojo, por un muy pequeño porcentaje de ambos. La primera vez que le dije a una amiga lesbiana que era bisexual, me dijo "cuidado, el mundo puede ser muy cruel, no te sorprendas si te empiezan a llover ofertas para hacer tríos o piensen que eres fácil". 

La bisexualidad no significa "pisar parejo" o "darle a todo". Tampoco significa que tus parejas estarán divididas en un 50% y 50% entre hombres y mujeres, o como hemos aprendido, en todos los géneros e identidades que pueden estar en la viña del señor

Una persona a la que quiero mucho me dijo "por eso se dice preferencia sexual, y no determinación absoluta e irrevocable", creo que tiene mucha razón. Uno puede sentirse más atraído a un género en particular, y un buen día te enamoras del otro.

Aprendí que quien no juzga la preferencia sexual no es alguien generoso, simplemente es una persona con decencia común, de esa que todos necesitamos tanto. Esto me permitió ver a todos mis aliados con sus cualidades y defectos, y no solo estar eternamente agradecida por su aceptación, y así permitirme ser amada por todas las mías y a pesar de ellos.

Y aquí regreso a mi shock que mencioné al inicio al conocer a esas chicas apenas entradas en su mayoría de edad, tan seguras de sí mismas. Lo que ellas habían entendido a sus cortos 18 años, a mí me tomaría más de 30 articular. Tu preferencia sexual no te hacer mejor ni peor persona, es, y eso está bien. Y mientras a nuestros abuelos les funcionaba "lo que hagas en tu alcoba es asunto tuyo", también he encontrado la importancia de la visibilidad, porque si Bella hubiera encontrado a una Aurora de La Bella Durmiente en aquella librería para vivir un romance diferente, tal vez yo hubiera podido encontrar la cotidianidad en lo que siento, aunque hubiera sido en la ficción de una caricatura.


La vida sigue

Afortunadamente, las cosas cambian, las personas evolucionan, y nunca es tarde para aprender. Mis padres lograron entender que salir con chicas no significaba que sería infeliz ni rechazada social. Mis amigos, que llevaban la vida entera pensando que me conocían a la perfección, lo superaron. Y el que fue mi esposo no se privó de vivir una relación conmigo a pesar de haber tenido una crianza muy tradicional. 

Todas las personas que no quisieron aceptarlo, dejaron de estar en mi vida.

Vivimos en un mundo donde se puede amar a quien se quiera sin miedo al rechazo. Aún existen lugares y comunidades en donde no ha llegado esta evolución, pero afortunadamente somos personas, no árboles, y podemos hacer lo que está en nosotros para cambiar lo que no nos gusta y rodearnos de quienes elegimos o ir a donde podamos hacerlo.

Aprendí que no hay etiqueta peor que la que se pone uno mismo. En el momento que dejé de comportarme como una persona con menos derechos o que no merecía amor, respeto y cariño, las personas que me rodeaban me vieron crecer en altura, en espíritu y en seguridad. Hoy nadie tiene el poder de pisotearme porque yo no lo permito.

Permanecí con ese hombre maravilloso, de grandes pasos de baile, varios años. Nuevamente me topé con la realidad: nuestros caminos iban en direcciones muy diferentes. Ninguna buena ni mala, simplemente muy nuestras, muy distintas y muy difíciles de hacer coincidir. Esta vez puedo ver mi matrimonio como un ciclo que llegó a su fin, estando agradecida por el amor y cariño que nos dimos. 

Aunque aún es pronto para hablar, me atrevo a decir que me esperan muchas aventuras nuevas. Esta vez, no callaré que soy bisexual o queer cuando no tenga ganas de hacerlo, por ejemplo cuando alguien  asuma que soy heterosexual por ser una mujer femenina, sin importar a quién pueda incomodar ni complacer, porque no hay nada de malo en lo que es verdad cuando no se hace daño a nadie.

Gracias por leer querida/querido/queride/queridx aliadx, y gracias a Malvestida por editar y publicar la primera versión de este escrito y por las cosas hermosas que hacen.





La versión original de este escrito fue publicado por Malvestida en 2017. Haz clic aquí para leerlo.


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