La primogénita.

 

Ella siempre se dio cuenta de muchas cosas. Un día su papá estaba manejando mientras sonaba José José en las bocinas. El conductor había adquirido el álbum titulado "Lo pasado, pasado" para escucharlo en su Porsche, un coche que toda su vida había querido. Finalmente lo tenía, en esta etapa de su vida que no fue tan feliz. 

Su hermanito iba cantando a su lado en la parte de atrás del auto. Ella no cantaba, ella observaba. Se dio cuenta de las lágrimas que derramaba el hombre de treinta y tantos que hasta hoy le parecía invencible. Aunque no podía verlas, escuchó el sollozo que trataba de callar, también se dio cuenta de los movimientos discretos que hacía al soltar el volante con su mano izquierda para limpiarse la cara y borrar la evidencia de sus emociones. 

Ese día ella decidió que no le gustaban las canciones de José José. 

Desde antes de nacer, su papá tenía una fé ciega en la capacidad de su hija. Le insistió a su pareja que el parto fuera en Mérida, para que su hija tuviera la opción de ser la primera mujer gobernadora de su estado natal, si ella lo decidiera.

Cuando tenía 10 meses, mucho antes de caminar, la infante fue capaz de construir frases completas. Entusiasmado con la inteligencia de su hija, empezó a enseñarle al menos dos sinónimos por cada una de las palabras que pronunciaba, para ampliar su vocabulario lo más pronto posible. Tal vez por eso desarrolló una habilidad poco común para hablar con una velocidad muy por encima de la persona promedio. Ella tenía mucho que decir y no perdería el tiempo para soltarlo todo, así tendría aún más tiempo para seguir hablando.

Un día su papá la vio sufrir, ese día tomó la decisión de no dejarla sola jamás, y en la medida de lo posible, protegerla de todo el mal que pudiera ser evitado por él. Fue así que ella y su hermanito rubio permanecieron con su papá, en contra de la usanza mexicana, en la que la mujer casi siempre se queda con los hijos.

Papá fue muy fuerte. Trató de recuperar el tiempo perdido con disciplina y mucho cariño, y la mayor parte del tiempo lograba estar en control de sus sentimientos. Pero aquél día, sobre ese auto deportivo de color azul que tanto le gustaba, su hija se percató de lo triste que estaba su padre, y ella también prometió no dejarlo solo. 

La vida siguió. La familia de esta valiente niña creció de una manera poco usual en aquella época. En cuestión de pocos años se sumaron a su clan tres miembros nuevos, sin contar los primos y tíos nuevos. Amigos también llegaron para permanecer, mientras otros se fueron. Ella siempre describiría a su padre como su roca. Tal vez no siempre era evidente, si con alguien podía discutir a todo pulmón era con él. Cuando ella se quedaba sin argumentos, su siguiente defensa era dar un pisotón fuerte. Su papá en cambio aporreaba las manos sobre la mesa de manera escandalosa. Ambos llegaban a volúmenes incómodos de vez en cuando. Sin embargo, nunca rompieron ese pacto que curiosamente jamás verbalizaron.

Ella fue ciudadana del mundo gracias a la invitación de su papá. Desde niña fue excelente estudiante, y fue por ello que cuando llegó con un tríptico que le habían dado en la escuela para invitarla a un campamento de verano junto a un lago en Wisconsin, su padre no dudó por un minuto que sería excelente para su formación y su independencia. Ella era, como en todo lo que hacía, la estrella del campamento.

Unos años más tarde le pidió a su padre irse a Francia. Nuevamente su papá pagó feliz porque su hija siguiera conociendo el mundo y aprendiera un tercer idioma. Todo lo que significara crecer, era algo que aquel canoso de rizos apoyaba.

Los veranos eran ocupados para todos los miembros de la familia, por lo que la ausencia de la primogénita no era tan evidente cuando se iba a su campamento de verano. Sin embargo, ese año completo que estuvo en el viejo continente, fue un año muy silencioso para el resto de la familia. Alrededor de un mes después de su partida, su papá se carcajeó solo, y en la mesa les dijo a los demás: "vamos a tener que aprender a conversar sin ella". La niña parlanchina había acostumbrado a sus padres y hermanos a ser entretenidos con sus historias llenas de comedia y a veces drama, y su año sabático había puesto en evidencia cuánto contaban con sus divertidas anécdotas a la hora favorita de su padre: la comida, ocasión en la que estaba prohibido tomar llamadas y todos debían estar puntuales a las 2:30 pm sentados a su alrededor.

El día que ella decidió casarse, su padre le ofreció una boda con 600 invitados. Con manteles largos, vestidos de gala, y todos los amigos y familiares que aceptaran hacer el viaje. Quería que todos presenciaran el momento de bailar con su hija la mayor, quien desde antes de nacer había robado su corazón.

Antes de esto, habrían fotos en aquella hacienda del siglo 18 que ahora pertenecía al hijo del arqueólogo que con la ayuda de su padre, el abuelo de sus hijos, habría descubierto la tumba de Palenque y su esposa, quien dirigía el prestigioso hotel y restaurante

Durante esa tediosa sesión con fotos posadas y sonrisas sostenidas, su padre pidió una copa del whiskey más caro. Volteó a ver a su hija mayor, y pidió dos. Los demás se adelantaron a la iglesia de piedra en el centro de la ciudad. Estarían solos unos momentos, compartieron un par de rondas más mientras reían juntos.

"Es momento de subirnos al coche papá", dijo la voluntariosa castaña de 1.63 metros. Su papá obedeció. Subieron en la parte de atrás. Su papá le tomó la mano. "Si no quieres casarte nos vamos ahora mismo a cualquier parte del mundo", dijo Mario. No aceptó esta oferta, pero sabía que estaría vigente hasta su último aliento.

Se embarazó de su primer hijo. Ella siempre se había quejado de no tener parecido con su familia. Curiosamente, su hijo era un clon de su padre, pero con el pelo rubio. El abuelo no cabía del orgullo con este niño sano que seguro algún día lo acompañaría a los toros mientras fumaban puro. A los meses de nacido, este bebé alzaba una sola ceja como lo hacía él. En cuanto aprendió a hablar, Benjamin sostuvo conversaciones largas y tendidas con su abuelo. Mateo, el hermanito de Benjamin, crecería para reírse de todos los chistes de su abuelo, y le contaría él los suyos para compartir carcajadas juntos.

Cuando llegó el momento de despedirse de papá, ella tomó un poco más de tiempo que los demás hijos. Le costó mucho trabajo soltar a esa persona que representaba el pilar más fuerte en su vida.  Y así, de la misma manera que su papá fue el primero en darle la bienvenida al mundo, ella fue la última en decirle adiós. Papá, siempre honesto y fiel a sus promesas, no se fue hasta que ella se lo permitió. 

De su familia nuclear, ella fue la que tuvo más tiempo con él, y por casi dos años completos, fue la única en el mundo que tuvo la fortuna de llamarlo papá. 

La mayor de sus cuatro hijos siempre tuvo una espiritualidad muy sólida, a pesar de su padre ser ateo. Antes de que su papá se fuera, se sentó a su lado, le tomó la mano, y le contó sobre todas las cosas bonitas que experimentaría. Le platicó sobre la luz y la paz que le esperaba, de las cuales muchos testigos comentan cuando han tenido la experiencia de morir por unos momentos. Ella sabe que él está bien, que no se fue realmente y que la cuida igual o más que siempre. 




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